Columna en el Suplemento Ñ de Clarin


En la edición del 31/12/2015 salió esta columna en el suplemento cultural Ñ de Clarin.



La primera vez que escribí fue después de la muerte del papá de una amiga del colegio. Teníamos once años y esa noche, después del velatorio, mamá me llevó a casa de mi amiga para hacerle compañía unas horas. Comimos milanesas, hablamos un poco y escuchamos música bien bajito. 
Unos días después escribí una poesía sobre una nena que quería estar con su papá y decía algo como que la muerte nos deja mudos y a oscuras. 

Años después, la escritura había dejado de ser un lugar de desahogo y estaba terminando mi primera novela. Era domingo a la tarde y me faltaba un capítulo para cerrar el primer borrador, así que decidí seguir de largo hasta la madrugada. Aún guardo la sensación física de haber perdido toda noción del tiempo por escribir sin parar, casi a oscuras, con la convicción que después de esa noche no iba a poder escribir por largo tiempo. Con la música en loop, tipeaba contra el reloj, enloquecida con la idea de que me iba a quedar muda y a oscuras y que tenía que usar todas las palabras del mundo para terminar mi novela antes de que amaneciera y antes de confirmar que mi impulso irracional tenía un motivo. Unas horas después de cerrar las últimas frases, me avisarían que esa misma madrugada mi mamá, en su casa y tranquila, se había ido para siempre.