La integración de la inteligencia artificial en la literatura ya es un hecho. En mayor o menor escala, en muchos casos ya forma parte del proceso de escribir. La cuestión ya no es sí o no; sino hasta dónde, cuánto y cómo.
Porque está la tentación de dejarnos llevar y convertirnos en el Christian de un Cyrano/IA locuaz y efectivo para enamorar a Roxanne. El chat nunca dice no sé y jamás se queda en silencio. Un factor clave, porque Roxanne es un poco narcisista y necesita que le digan cosas lindas todo el tiempo. Si Cyrano se queda callado, la comunicación se rompe y el amor entre Christian y Roxanne se vuelve aún más imposible.
Hay que admitir que escribir acompañados ayuda bastante al miedo a la hoja en blanco. Un borrador hecho por una inteligencia artificial es como una mantita de apego que amortigua la caída libre de no saber qué decir. Su eficacia maquinal también funciona para domar el temor a la página en negro del que hablaba Borges: ese momento en el cual hay que desmalezar un borrador excesivo y destilar lo que se intenta decir.
Y es acá donde la utilidad revela su trampa. Esa mantita no solo nos quita el miedo; nos quita el vacío. Pero… la literatura se alimenta de la demora y del silencio.