Escribir sobre el presente es complejo. Tanto la literatura como la crónica funcionan como sensores que capturan la vibración de una época. Pero cuando el cambio se vuelve tan acelerado, el desafío se intensifica: ¿cómo narrar el presente sin que el texto se convierta en un fósil apenas publicado? Nos movemos en territorio inestable.
Mariela Ghenadenik
Libros, notas, publicaciones
Soledad acompañada: cómo son las nuevas fiestas de lectura
En tiempos de hiperconexión, ruido constante y vínculos mediados por pantallas, las fiestas de lectura ofrecen algo extraño y necesario: la posibilidad de compartir el silencio, pensar sin interrupciones y conectarse sin exponerse.
Yo, mí, me, conmigo: ¿Se nos fue de las manos la literatura del yo?
Muchos escritores empezamos a despuntar el vicio con algún diario íntimo o con poesía dudosa en un cuaderno medio deshojado. Ahí volcábamos dramas adolescentes que – al menos yo- destruimos sin dejar rastros en un arranque de vergüenza. Si bien este gesto expresivo es muchas veces la puerta de entrada a la producción literaria, una de las primeras reglas que te enseñan en el taller literario es que el diario íntimo no es literatura.
La literatura hipertextual: cuando al leer nos convertimos en cartógrafos
El acto de leer supone avanzar en línea recta: una página detrás de otra, dentro de una estructura de introducción, nudo y desenlace.
Las historias, además de entretener, nos ordenan el tiempo vital que progresa hacia el futuro y complementan la circularidad del día, la noche y las estaciones. Al narrar algo que sucedió, confirmo un punto presente y me proyecto hacia lo que sigue.
Este antes y después organiza un movimiento y una jerarquía: una lectura occidental, de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo.
Y así se construyó el joystick que guía nuestra vida en sociedad.
Cómo el audiolibro me devolvió las ganas de leer
La primera vez que escuché una historia en formato de audio fue por una mezcla de curiosidad y necesidad. La maternidad me había dejado con una sola mano libre; el trabajo remoto había eliminado los tiempos muertos de traslado. Y el uso constante del celular había terminado de empujar al vacío mi capacidad de sostener la concentración por más de diez minutos. Si a esto le sumamos la hiperproductividad tóxica que nos impide ser monógamos a una sola tarea, la idea de leer —y solo leer— se había convertido en un lujo imposible en mi vida.
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